lunes, 8 de marzo de 2010

HABLANDO DE CASAS ANTIGUAS.

Fuente: libro de visitas de cadiar-alpujarra.com


Artículo publicado en "la Revista de la Casa de Cádiar,Yátor y Narila" por Paco Alcázar.

NOTA: (Por lo extenso del artículo lo trasladaremos en dos entregas).

HABLANDO DE CASAS ANTIGUAS: 1ª PARTE


Es indudable que la vivienda está de actualidad. Se ha convertido en una obsesión para algunos, un problema para muchos y un tema de conversación para casi todos. No pasa una temporada sin que se abra en Cádiar otra agencia inmobiliaria, con escaparates llenos de anuncios bilingües y atrayentes fotografías de fachadas. Cosas de la "globalización".

Antes, cuando uno necesitaba hacer alguna gestión importante como buscar novia o comprarse una casa, se acudía a los buenos oficios de un hombre tan experimentado como Juan "Madruga", aquel espejo de cortesía, compendio de gramática parda y quintaesencia del cortijero, entre otros títulos igualmente merecidos. Ahora se recurre a los servicios de una oficina aséptica, llena de artilugios, paredes ornadas de diplomas y títulos, con el inevitable ordenador, esa misteriosa e inapelable "bola de cristal" en forma de pequeña pantalla. ¿Qué hubiera dicho nuestro versallesco Juan de la informática, del imperio avasallador del tuteo y de tantas cosas nuevas en tan poco tiempo? En fin: de Juan "Madruga" a internet. ¿Será eso el progreso?

A falta de algo mejor que hacer, le propongo que visite conmigo una casa antigua de nuestro pueblo. La arquitectura popular nos depara bastantes sorpresas, si la observamos con algún sosiego y empatía. Los asuntos humanos dan para mucha conversación. ¿Y qué hay más humano que nuestro hogar: donde aprendimos a andar, a hablar, a amar, a discutir,...?

Ahora bien, si tiene usted que vender una casa antigua no le aconsejo que continúe esta lectura y si es propietario de una agencia inmobiliaria rompa estas hojas, o mejor, quémelas, y a continuación presente una demanda por daños y perjuicios al autor de este artículo. Claro que si no está en ninguno de estos casos, es una persona bien formada y tiene el capricho de darse un mal rato, puede continuar bajo su estricta responsabilidad. ¡Allá usted¡
-Bueno, bueno, no será para tanto,... Ustedes los andaluces, ya se sabe,...
-Mire, usted No es que no queramos nuestras casas. ¡Cómo no vamos a recordarlas con cariño! Lo que yo trato de decir es que si alguien, sin relación afectiva alguna con una de estas casas, pretende habitarlas y acomodarlas a la nueva forma de vida, se va a encontrar con serios problemas, que para tratar de ser pedagógico los voy a resumir en cuatro, a manera de los cuatro jinetes del Apocalipsis.

Helos aquí: el escalón, el desconchón, el goterón y el apagón.

Primer jinete: el escalón. ¿Qué oscuro motivo llevó a nuestros antepasados a llenar de trancos y escalones nuestras casas? Se me dirá que la pendiente del terreno obliga a salvar de alguna forma estos desniveles. De acuerdo. Pero, ¿es esto cierto en todos los casos?. Le propongo que compruebe personalmente lo arbitrario de tanto tranco. Las reformas más recientes han suprimido, sin gran esfuerzo y sin el concurso de arquitectos, muchos escalones. Basta con un poco de sentido común. Tiene que haber alguna razón más profunda que a mí, sinceramente, se me escapa.

No hemos entrado todavía en la casa y ya nos topamos con el tranco. El tranco es el primer impedimento en esa carrera de obstáculos en que se convierte una visita a una casa antigua. Hay que reconocer, no obstante, que el tranco sirve para que los niños jueguen y los mayores tomen el fresco a la caída de la tarde en las veladas veraniegas. "Yo me siento en mi tranquillo/ sólo por verte pasar/ y tú por darme martirio/ por otra calle te vas/...", así comienza una tradicional canción nuestra. Tenga cuidado al pasar al interior pues no es extraño que, sin previo aviso, tenga que bajar o subir otros escalones para acceder a un oscuro portal.

En las escaleras encontrará peldaños y rellanos de incómoda y peligrosa altura. Aquí no reza el clásico adagio griego:"El hombre es la medida de todas las cosas". Parecen diseñados para humanos gigantes, cosa que no es el caso en nuestra tierra. Especialmente adecuados para que los niños puedan rodar por ellos con todas las garantías de hacerse un buen chichón. Si tiene artrosis, no sé que es peor: la subida, forzando los movimientos de las piernas, o la bajada, con el riesgo añadido de vértigo. No espere un pasamanos, es demasiado lujo. Agárrese a la barandilla, si la hay, y..."mucha suerte".

No baje la guardia cuando nos traslademos a otras dependencias, no piense que se acabaron los obstáculos, ya que todos los cuartos están individualizados con un tranco o escalón. Si el albañil, caso raro, no previó el correspondiente escalón, , el carpintero lo remediará cerrando el marco de la puerta por el suelo. Este obstáculo es, si cabe, más traicionero que los otros, porque uno no se lo espera. De la bajada a la cuadra, que en algunos casos es donde está el "servicio", y la subida al "terrao", no quiero extenderme. Peor. Lo dejo a la experiencia de cualquier alpujarreño: Seguro que le dará cumplida información.

La persona que con el uso ha memorizado estos escalones y los supera de una manera instintiva, es decir, que "le ha cogido el tranquillo", necesita un tiempo para adaptarse a la nueva situación, cuando se han hecho arreglos en la casa. No es extraño que se lleve algún susto al elevar o bajar la pierna más de lo necesario y encontrarse con un vacío o relleno que no esperaba.

Segundo jinete: el desconchón. No hay forma humana de mantener limpias las paredes y los techos. El blanqueo anual, más el que repara algún rebañón o desconchón, hace que en pocos años se produzca una gruesa capa de cal que se descascarilla a la menor ocasión, fomentado por la humedad y la mala calidad de las paredes (Contando las capas de cal, nos podríamos hacer una idea aproximada de la antigüedad de la casa, a semejanza de la sección de un tronco de árbol. Siempre que haya sido regularmente enjalbegada). "Tengo un desconchón en la pared/ en la pared yo tengo un desconchón/... Señor doctor, que voy con la brocha..." Esta "inocentísima" canción de nuestros abuelos tendría que estar en boca de aquellas honestas mujeres, pues se pasaban el día a la caza del inevitable desconchón. Hubo algunas que terminaron algo histéricas, a lo que contribuyó no poco este problema.

Los desconchones y las reprimendas de los mayores han formado parte de nuestra infancia: era una tentación escarbar en la pared, a ver en qué quedaba aquello. Más inocente, aunque igualmente placentero, era la búsqueda de contornos de animales, herramientas o cualquier cosa en aquellos desconchones. Teníamos donde elegir en las paredes y techos de "cuartones". Un juego que nos ayudaba a pasar las largas horas de convalecencia en la cama. Y todo esto antes de que se pusieran de moda los tests psicológicos.

Continuará......

Fuente de la Información: Artículo Revista "Casa de Cádiar". Escrito por Paco Alcázar.

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