domingo, 20 de septiembre de 2009

A propósito del artículo anterior:

Fuente: libro de visitas de cadiar-alpujarra.com (infocadiar@gmail.com)
 
A propósito del artículo anterior:

El Ayuntamiento de Alpujarra de la Sierra del que depende la pedanía de Yégen está en estos momentos realizando las gestiones necesarias para la compra y posterior rehabilitación de la antigua pensión donde se hospedo Gerald Brenan en su primera visita a la Alpujarra. La intención es realizar un Centro Cultural o Museo entorno a la figura de tan insigne visitante.

A finales del siglo XIX y comienzos del XX fueron muchos los escritores, historiadores y aventureros que visitaron la Alpujarra fascinados por la belleza del lugar y la exuberancia de esta tierra. Lo abrupto del lugar y las dificultades para acceder, además del tradicional aislamiento de la zona rodeaban a éstos viajes de un alo de romanticismo y aventura.

En este contexto, no me resisto a trasladarles una curiosa historia de amor protagonizada por una joven mujer de Cádiar a comienzos del siglo XIX.
Ahora que se habla tanto de igualdad y de la lucha de las mujeres por sus derechos, aquí les traslado un extracto del libro "Testimonio y semblanza de Cádiar" (apartado de historia escrito por Adela Tarifa Fernández) en el que se recoge la historia y la lucha de una sencilla mujer por conseguir el amor de su vida:

"Sin embargo las mujeres de Cádiar, la mitad de la población, siempre estuvieron allí, luchando codo con codo con los hombres para lograr el milagro de la supervivencia. Ellas, que no habían tenido ningún protagonismo oficial durante tantos siglos, llegan a esta breve historia que escribo, poniendo una nota de ternura a la rudeza de la geografía alpujarreña. Porque me alegra el alma saber en el siglo del "Romanticismo" una mujer de Cádiar pleiteara en las más altas instancias para lograr un matrimonio por amor. Yo me encontré su valiente y romántica historia en el archivo de la Real Chancillería, y quiero contar algo de ella, como homenaje a todas las mujeres de mi pueblo, y como símbolo del cambio de mentalidad que se estaba produciendo en el siglo XIX, el de la Constitución de 1812.
Nuestra protagonista se llamó Mª Rosario Santiago. Había nacido en Cádiar, el 28 de septiembre de 1795, reinando Carlos IV. Su partida de bautismo, hoy perdida después de que se quemaran todos los archivos de nuestra parroquia después de los tristes sucesos del 36, fue incorporada a su expediente matrimonial, conservado en la Real Chancillería. Por ella sabemos que la bautizó solemnemente D. Antonio Morón, "teniente de cura", el 1 de marzo, siendo sus padres y abuelos naturales todos de Cádiar.

Pasaron los años. España vio salir a un rey y llegar a otro, el francés José I. Conoció los desastres de la guerra de la Independencia, y los nuevos aires de la Constitución de Cádiz. Cádiar participó de todo, porque nunca se olvidaron de nosotros para llevar mozos a la guerra, ni para recabar impuestos. Precisamente a causa de las guerras que manteníamos apoyando a Napoleón se llevaron al entonces médico de Cádiar, D. Antonio Barra, a servir a los ejércitos que estaban en Portugal, el 27 de septiembre de 1807. Dato que conocemos porque en Cádiar quedaba su mujer, Doña Rosa Tamayo, pasando penalidades ya que no consigue que los vecinos le paguen las deudas que tenían adquiridas con su marido. Por ello el médico escribe desde Setúbal, el 7 de febrero de 1808, a los tribunales de la Chancillería para que den orden "a la referida justicia de Cádiar a fin de que por todo el rigor de derecho….haga se le paguen los débitos". Sí, corrían malos tiempos para los españoles entonces. Muy pronto, el 17 de marzo de 1808, será destituido el poderoso Godoy, y Napoleón proclamado nuestro dueño. Pero en Cádiar la vida continuaba, y Maria Rosario pasaba de niña a mujer. Cuando la moza rozaba los 16 años a su puerta llamó Francisco Antonio Montoro, natural de Cádiar, con raíces de parentesco por padres y abuelos en Mecina Bombarón, Narila y Almería. Y nació el amor. Pero los padres de aquellos tiempos no entendían los matrimonios por amor. Por eso la casa de ella se convirtió en un infierno de presiones y amenazas, hasta que un día Mª Rosario decide escapar. Amparada en sucesivas leyes que impedían las coacciones familiares para imponer matrimonios concertados, la joven escribe en 1813 una carta al cura del pueblo. D. José González para que actúe como mediador en su caso, notificándole que "he pasado de la casa de mi padre a la de D. Antonio Morón López ("mediante ser éste de la mayor confianza y atención del pueblo"), con el fin de realizar los esponsales que tengo contraídos con Francisco Montoro". En casa de D. Antonio se le toman a la joven las declaraciones preceptivas, en las que afirma que ha escapado de su casa "por propia voluntad, para huir de las amenazas y consejos de dicho su padre… que con ellos pretendía disuadirles e impedirle su gusto, y que los esponsales que tienen contraídos con D. Francisco Montoro no llegaran a legítimo matrimonio, que es a lo que aspira la declarante", añadiendo que su madre, para impedir que escape, le había quitado "la ropa de vestir, y por ningún modo había podido conseguir su entrega". Cartas vienen del Alcalde y el cura, a las autoridades granadinas para que Mª Rosario gane su batalla de amor, apoyándose en el decreto de las Cortes Generales "de 14 de abril último, referente al 10 del mismo mes de 1803". En ella se especifica que no hay impedimentos legales para tal matrimonio, que el joven es "de muy buena y arreglada conducta, y tenido en el pueblo por hombre honrado y de carácter; así mismo su familia es de las más distinguidas y calificadas de este común….conduciéndose con el honor que la caracteriza". Por todo ello, como el padre de Mª del Rosario se niega a darle consentimiento para la boda (trámite obligatorio según la vigente Pragmática Nacional, de 23 de marzo de 1776), la moza se acoge a las nuevas leyes, más progresista, y obtiene finalmente la licencia de matrimonio del Jefe Político Provincial.
¿Fue feliz Mª del Rosario? Quisiera creer que sí, pero no está escrito en los viejos papeles que yo he leído. Los únicos, después de tanto bucear entre los rincones de la historia de mi pueblo, en los que tiene protagonismo una mujer. Ya vimos antes que en la Alpujarra se puede morir de pena, y de rabia, pero también se ganan batallas para no morir de amor. Acaso las únicas que merece la pena ganar. Larga vida a Mª Rosario Segura. "

Fuente de la información: libro "Testimonio Y Semblanza de Cádiar", en su apartado de historia.

La Alpujarra de Bloomsbury

Fuente: libro de visitas de cadiar-alpujarra.com (infocadiar@gmail.com)
 
 
Bloomsbury, nombre del barrio cercano al Museo Británico, sirvió para denominar a una serie de intelectuales ingleses que durante el primer tercio del siglo XX destacaron en el terreno literario, artístico o social. Aquellos jóvenes empezaron a reunirse en torno a 1907 en casa de la escritora Virginia Stephen (después Virginia Woolf) y de su hermana Vanessa, casada con el crítico de arte Clive Bell. Si algo tenía en común un grupo tan heterogéneo, como señala uno de sus miembros, Gerald Brenan en su 'Memoria personal', era un gran desprecio por la religión, si bien también compartían todos la reacción contra la moral victoriana y el realismo del siglo XIX.
Integraron el grupo la mencionada escritora Virginia Woolf, su esposo, Leonard Sidney Woolf, los filósofos Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, los críticos de arte Roger Fry y Clive Bell, el economista John Maynard Keynes, el sinólogo Arthur Waley, el biógrafo Lytton Strachey, el crítico literario Desmond MacCarthy, el novelista y ensayista Edward Morgan Forster, la escritora Katherine Mansfield y los pintores Dora Carrington, Vanessa Bell y Duncan Grant. Algunas de estas destacadas personalidades británicas fueron invitadas a España por el joven Gerald Brenan. El autor de 'El laberinto español', tras la primera Guerra Mundial y con su pensión de oficial del ejército, decidió buscar un lugar de fácil economía para dedicarse, en principio, a la poesía. El paraje elegido fue la localidad de Yegen, en la comarca granadina de la Alpujarra, pueblo al que llegó cargado de libros y de ideas. Fruto literario, y también vital, de aquella estancia fue 'Al Sur de Granada'. Los días de Gerald allá por 1920 en un lugar de gran atracción exótica para sus amigos británicos, por aquello de los 'abuelos' viajeros románticos, se vieron interrumpidos o animados con las visitas de Duncan Grant, Dora Carrington, Virginia y Leonard Woolf, Bertrand Russell, Lytton Strachey y Ralph Partridge.
«A ninguno de ellos le gustaba lo del grupo de Bloomsbury», dice el especialista Juan Antonio Díaz. «Era una denominación elitista y les molestaba mucho porque parecían un grupo de niños pijos despreocupados por la política», explica. «A la primera que no le gustaba nada ese nombre era a Virginia Woolf y tampoco a su marido, quien destacó por su militancia progresista», añade Díaz.
Más que una denominación de origen les unía la amistad, y ese fue el motivo de su visita a 'Don Geraldo', como le llamaban al joven inglés los lugareños de Yegen.
«Viajar a la Alpujarra en aquellos años era como ir ahora al Polo Norte, una travesía de riesgo, donde no había caminos y había que llegar a lomos de mulas», comenta Juan Antonio Díaz.
Brenan acudía a la estación de Granada a recibir a sus invitados. Algunos de ellos pernoctaban en Granada, como Leonard Woolf, quien quiso reunirse con un ciudadano británico que había sido gobernador británico de Nigeria. Desde Granada se trasladaban a Órgiva en autobús, que era donde entonces acababa la carretera. Desde Órgiva a Yegen se tardaba en mula ocho o nueve horas. En algunas referencias indican que pasaron la noche a mitad de camino, que debía ser en Cádiar, para llegar finalmente a Yegen.
«El mismo Brenan es quien mejor recoge las impresiones de sus amigos sobre su visita a la Alpujarra en 'Al Sur de Granada, porque las referencias al viaje son meramente anecdóticas», opina Juan Antonio Díaz.
«El viaje a España no inspiró obra creativa alguna a los visitantes de Brenan, a excepción de dos cuadros de Dora Carrington, pero sí existen referencias en cartas, diarios y algunos textos sueltos», ilustra el especialista en Filología Inglesa.
No obstante, los pintores Roger Fry, gran amigo de Brenan, Grant y la citada Carrington hallaron en el paisaje de la Alpujarra un motivo acorde con sus postulados estéticos de la forma pura.
La pintora
Carrington, sin embargo, no pudo evitar la tentación de retratar a su amante Gerald Brenan. Dora encarnaba a la bohemia por excelencia del grupo, aunque nunca consideró su pertenencia a Bloomsbury. Mantuvo una larga relación con el escritor homosexual Lytton Strachey y ocasionales relaciones lésbicas. Dos de sus romances documentados fueron con Mark Gertler, un conocido pintor inglés de la época, y con Brenan. Finalmente se casó con Ralph Partridge, pero vivió la mayor parte de su vida con Strachey. Cuando él murió de cáncer en enero de 1932, Carrington fue incapaz de superar su pérdida, suicidándose de un disparo dos meses después de tratar de asfixiarse en su coche. Esta historia fue llevada al cine en 1995 en la película 'Carrington', con Emma Thompson en el papel protagonista.
Fue especialmente épico el viaje del más excéntrico del grupo, el cáustico crítico Lytton Strachey. Llegó al frente de su triángulo amoroso, completado por la pintora Dora Carrington -antigua amante de Brenan-, que estaba insensatamente enamorada de Strachey pese a la homosexualidad de éste, y de Ralph Partridge, un machote mujeriego con el que Dora se había casado para retenerle junto a Strachey, que a su vez estaba loco por él.
Era un narcisista total y un exquisito incapaz de renunciar a las comodidades de su vida, fue un milagro que se dejara convencer por Dora e ir a lo que le parecía el infierno para visitar a Brenan. Hasta Granada, donde fueron en tren, él viajaba en primera clase y sus dos objetos sexuales en tercera, pero cuando tuvieron que montar en mula expió su egoísmo, pues padecía de hemorroides. Pese a todo, dijo lamentar la vuelta a la relativa civilización de Granada, pues en la Alpujarra se sintió fascinado por «este país grandioso, salvaje, violento, espectacular...».
Virginia Woolf visitó a Brenan en 1923, un viaje que alivió notablemente su estado depresivo. Los Woolf permanecieron dos semanas en Yegen, en casa de 'Don Geraldo', donde estuvieron hablando de literatura, según Virginia, doce horas al día. Ella defendía a Conrad, Thackeray y W. Scott, y no estaba de acuerdo con la alta opinión que Brenan tenía del 'Ulyses' de Joyce.
Gerald comenta en 'Al Sur de Granada' la visita de los Woolf y dice de Virginia: «La recuerdo como una persona totalmente distinta, corriendo por las colinas, entre las higueras y los olivos. Se me parece como una dama inglesa nacida en el campo, esbelta, escrutando la distancia con ojos muy abiertos, olvidada por completo de sí misma, en la fascinación por la belleza del paisaje y por la novedad de encontrarse en un lugar tan remoto y arcaico».
La visita de estos miembros de Bloomsbury, aunque les pese la etiqueta, también originó comentarios sobre Brenan. La misma Virginia describe al 'angloalpujarreño' como «un inglés que no hace nada sino leer en francés y comer uvas». Bertrand Russell consideraba a su amigo una especie de vividor y aventurero, mientras que Gerald tenía en el filósofo el ejemplo del «intelectual puro».
Las impresiones de aquellos visitantes de Brenan bien pueden quedar resumidas en las palabras del diario de Virginia: «Es la luz, desde luego: un millón de hojas de afeitar han quitado la corteza y el polvo, sale por todas partes el color puro, la blancura de las parras; el rojo, el verde, el blanco otra vez del enorme, encorvado, infinito paisaje».

Fuente de la información: Diario Ideal de Granada