Fuente: libro de visitas de cadiar-alpujarra.com
Continuación del artículo publicado en la "Revista de la Casa de Cádiar, Yátor y Narila" por Francisco Alcázar.
HABLANDO DE CASAS ANTIGUAS, II PARTE.
Tercer jinete: el goterón: Este molesto agente es consecuencia directa del "terrao". El "terrao" es una pieza fundamental de la casa tradicional que ahora ha perdido en gran parte su utilidad, pero que se mantiene en muchas casas antiguas. (Los cadiareños han resuelto el problema de las goteras con la sustitución o simple colocación sobre la launa de unas chapas de "uralita": solución provisional que afea la vista del pueblo. Pero este es otro asunto).
Es prácticamente imposible que, tras una temporada de lluvias, o peor si es de nieves, no haya recalos en el "terrao" y se filtren aguas que chorrean del techo a través de losas y "cuartones". Esos soportes de madera: irregulares, curvos, nudosos las más de las veces, y las lajas de pizarra igualmente irregulares y llenas de recovecos son la pesadilla del "blanqueador", que sudaba para darles una mediana capa de cal.
Cuando llueve como suele hacerlo en la España mediterránea, el "terrao" empieza a vomitar agua y barro por las chorreras a la calle. A sus moradores les manda goteras sucias de barro y, a veces, con hormigas; más que goteras, chorreones que manchan las colchas y sábanas de las camas, ensucian paredes y aparadores; estropean arcas, baúles, cómodas, sillones,... Se ha dado la escena surrealista de comer a la mesa con paraguas. Y no saber ya a dónde correr la cama o las butacas buscando algún lugar provisionalmente seco.
Cuarto jinete: el apagón. Este señor no está siempre presente como los dos primeros, ni se ve llegar como el tercero. Su arma es precisamente lo inesperado de su aparición. Cuando estás más tranquilo. ¡zas!: el apagón. Y te quedas a dos velas, si es que las tienes preparadas. La instalación eléctrica de estas casas deja mucho que desear. Aquellos conductores de "cordón", sujetos a los aisladores mal clavados en las imposibles paredes, concienzudamente blanqueados para ocultar su deterioro (¡Que te has dejado un trozo de cordón!, le advertía la dueña de la casa al blanqueador), chorreando de humedad, sometidos a los voraces dientes de las ratas, etc. eran motivo de frecuentes cortocircuitos y cortacircuitos. Todos, desde niños, sabían lo que era "el plomo", el rudimentario fusible.
Con independencia de los continuos e inesperados apagones, la construcción de las casas no ayuda. Cuadras oscuras, sin otro respiradero que el propio portal, dormitorios interiores sin luz natural,... Y todo esto con una instalación eléctrica cicatera. Por ahorrarse unas pesetas se colocaba una luz en una angosta abertura hecha en el tabique que daba a dos habitaciones. Incluso me han contado casos en que una bombilla servía para dos pisos: bajándola por un agujero al piso inferior y subiéndola por la misma abertura al otro piso cuando se necesitara. Consecuencia: todos casi a oscuras, discusiones por el uso del servicio y gasto excesivo de bombillas que se rompen en el trasiego.(hay quienes se agarran a la miseria con el mismo tesón que a la riqueza).
No abundan las cristaleras y las balconadas. Ventanucos, postigos, y alguna ventana, eso sí, con dos hojas: una con cristal y otra sin él. Que de las dos hojas, sólo una tenga cristal, es un misterio que nadie me ha desvelado. Supongamos, salvo mejor explicación, que una hoja sería para el verano y la otra para el invierno. La hoja sin cristal, la del verano, sólo se abría al llegar la noche para que entrara el fresco, pues si se abría antes las que entraban eran las moscas. Esta ventana sin cristal, cumplía a primeras horas de la tarde una función especial y verdaderamente interesante en un trabajo convertido en rito: "echar las moscas".
El joven lector no puede imaginarse la cantidad de moscas que había antaño: la abundancia y proximidad de animales y cuadras lo garantizaba. Para él son arqueología aquellos versos de Antonio Machado que empiezan así: Vosotras, las familiares, / inevitables golosas,/ vosotras, moscas vulgares,/ me evocáis todas las cosas./ ... La expulsión de las moscas se hacía en equipo y en familia, como todas las cosas importantes. Cada miembro se especializaba en un cometido.
A) El que se colocaba asiendo con una mano la hoja sin cristal y abría y cerrada ésta a un ritmo acompasado para atraer las moscas a la ventana. B) Los que con un delantal, toalla o simple trapo, lo agitaban desde el interior hacia la ventana, impeliendo a las moscas hacia la salida, atraídas por los destellos de luz que producía la ventana al abrirse y cerrarse.
C) El que quedaba en la retaguardia igualmente con un trapo oseando a las rezagadas e impidiendo que retrocedieran. La operación se completaba con unas oportunas aspersiones de "flis" con aquel aparato que tanto gustaba a los niños, por si, a pesar de todo, alguna. había escapado a la redada. Quedaba entonces la habitación en suave penumbra, en silencio, sólo roto por alguna mosca que caía al suelo;... luego, el silencio casi absoluto o el rumor lejano de los cascos de una caballería, alguna paloma que zurea,... ¡y la reparadora siesta!.
No es extraño que se confabularan estos jinetes y algunos otros no recogidos aquí para hacer más daño juntos. Incluso los cuatro en equipo. Ocasiones hubo en que al tratar de tapar o limpiar las goteras, originadas por un temporal de lluvias que nos había dejado a oscuras, tropezábamos con la precipitación en los escalones y, por tanto, provocábamos nuevos desconchones,...¡Un espectáculo!.
-Pero, bueno. ¿Es que no hay nada agradable en estas casas? ¿Todo son inconvenientes? Algo habrá aprovechable, digo yo.
-Naturalmente, no todo va a ser trancos, desconchones, goterones y apagones. Ahí tiene las tibias azoteas, y los fresquitos portales, y las íntimas bodeguillas, y las ventiladas cámaras, donde se curan y orean la morcilla, la longaniza, el salchichón, el blanquillo, el morcón,... porque aquí sí que interesa que entre el aire, ese aire nuestro que todo lo cura...
-Oiga, oiga, buen hombre. Disculpe que le interrumpa. Pero eso que acaba de decir me trae a la memoria una duda que me gustaría aclarar.
-Pregunte, distinguida señora, que, si está en mi mano, será un placer contestarle.
-Verá: no es la primera vez que les oigo a ustedes ponderar las cualidades salutíferas de sus productos, sus aguas, su clima...y esos aires que "todo lo curan" Pues bien, mi pregunta es ésta: ¿No serán esos aires los causantes de que ustedes, los cadiareños, desde su más tierna infancia, estén prácticamente todos curados de espanto?
-Ay, mi buena amiga, me ha cogido usted desprevenido y no sé qué contestarle... Me encuentro en situación tan comprometida como la que vivió Benavente en el estreno de una obra suya. Un grupo de empingorotadas damas le espetó en el bullicioso "hall" del teatro: "Don Jacinto, ¿qué opina usted de la situación actual del teatro español?" Y el dramaturgo salió del paso con una respuesta de circunstancias: "Lo siento mucho, mis respetables señoras, pero no tengo por costumbre contestar a tontas y a locas".
-No, si no quiere contestarme, no lo haga.
-Por Dios, señora, no es eso. ¡Qué más quisiera yo que aclararle su duda! Lo que pasa es que el asunto requiere información, tiempo y discernimiento, de los que ahora, lamentablemente, carezco. Daría materia para otro artículo con el que podríamos amenazar a los lectores de esta revista. Mire: lo que sí puedo decirle es que bien pudiera usted tener razón. En principio yo no lo descartaría. En fin,... cosas más raras se han visto en este pueblo.
Fuente de la Información: Artículo publicado en la "Revista de La Casa de Cádiar", por Paco Alcázar.
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