Fuente: libro de visitas de cadiar-alpujarra.com
Hoy vamos a trasladar un cuento escrito por una paisana nuestra y publicado en la revista de la Casa de Cádiar, Yátor y Narila en su edición nº 30. El cuento en cuestión fue premiado hace unos años en un concurso de relatos del diario IDEAL. Su autora es Isabel Olvera Ortega.
"LEONOR DE ESTRAPERLO"
Érase que se era, porque así empezaban los cuentos antiguos, una princesita que vivía en un recóndito castillo de algún recóndito lugar, de algún recóndito bosque, de alguna recóndita ciudad, de algún recóndito país.
Leonor de Estraperlo, que así se llamaba nuestra princesita, moraba en este castillo como suele ocurrir en los cuentos, presa de un extraño encantamiento de alguna malvada bruja que, como carece de importancia en esta historia, vamos a pasar de relatarlo.
El caso es que por este encantamiento, y como suele ser habitual en estas historias de cuentos, nuestra princesita Leonor de Estraperlo no podía salir de él a menos que un apuesto príncipe, preferentemente azul, la rescatara de él con un simple beso. Y claro, en principio la historia parece simple, pero es que aquel recóndito castillo de aquel recóndito lugar, de aquel recóndito bosque, de aquella recóndita ciudad, de aquel recóndito país, no tenía indicador alguno para llegar hasta él, y esto complica sobremanera nuestra historia.
De esta manera la princesita Leonor de Estraperlo pasaba los días y las noches encerrada en su cárcel sin hablar con nadie, tan solo bordando o tejiendo y cultivando un pequeño jardín al que una o dos veces por semana, sus guardianes la dejaban bajar. Aunque ahora que lo pienso, quizá lo que hacía era coger flores, pues eso resulta mucho más apropiado para un cuento como este.
Y esta era su vida un año tras otro ..Las primaveras, los veranos, los otoños y los inviernos. Pero uno de esos inviernos, cuando el frío arreciaba porque la navidad estaba a punto de llegar, ocurrió lo que todos estamos esperando. Un príncipe casualmente azul, paseaba por un bosque cuando se encontró perdido y al ver que la noche se le echaba encima y no encontraba el camino de regreso, decidió acercarse a lo que encontró más cerca, que como están imaginando era el castillo de la princesa. Llamó a la puerta y pidió refugio durante una noche. El sirviente que le atendió le dijo que no había inconveniente en que pasara la noche allí, tenían muchas habitaciones, aquello era un castillo no un piso de protección oficial. Y además era navidad, y la navidad invita a ser más hospitalario que de costumbre.
Y es así como nuestro apuesto príncipe de color azul se instaló por una noche en el castillo. Era una habitación muy amplia, con decoración navideña, al igual que el resto de la fortaleza y con una chimenea en la que ardían dos troncos enormes que caldeaban mucho el ambiente.
Pero el inquieto príncipe empezó a pensar en lo que habría fuera de ella y decidió dar un paseo por el resto del castillo. Esperó a no escuchar ruido por miedo a molestar a sus moradores y salió de puntillas dispuesto a dar una vueltecita por él. Y ¿Adivinan donde fue a parar? Pues sí, encontró la habitación de Leonor de Estraperlo, que triste porque era navidad y ella estaba encerrada, lloraba sin consuelo alguno. Y ¿Adivinan quien fue su consuelo? Sí, en efecto el príncipe azul una vez oída su historia la consoló y quedó prendado de su belleza.
Aunque aquí hay que hacer un inciso y decir que la princesa no era muy agraciada, pero que la auténtica belleza no está en el exterior sino en el interior y el príncipe supo captarlo a la primera. No me pregunten como, porque apenas habían cruzado dos palabras y a mí también me resulta extraño.
Pero la historia es así y así la estoy contando.
Y tengo que decir que esto solo fue el principio de una larga historia.
Que el príncipe dio ese beso a la princesa que consiguió librarla del hechizo. Supongo que hubo algo de coqueteo por parte de ella, quizá alguna insinuación. El cuento deja libre este punto a la imaginación de cada lector. El caso es que el príncipe hizo amistad con la princesa y le pidió que se casara con él. A lo que ella respondió que primero debía divorciarse de su anterior mujer. Y es que el príncipe además de ser azul era casado y tenía dos hijos. Y no tenía castillo, porque para ser príncipe azul no hace falta. Solo tenía un pisito en las afueras de Granada con una hipoteca a 30 años. Cuarentaitantos años y un trabajo eventual en el que no cobraba demasiado. Y claro esto a Leonor de Estraperlo no le hizo gracia, porque aunque si bien es cierto que el dinero no da la felicidad, no menos cierto es que de algo hay que vivir. Además ella, aunque presa en el castillo, estaba acostumbrada al lujo y la riqueza propios de una princesa.
Y nuestro cuento acaba como ustedes quieran. Imaginen un divorcio, una boda, unos hijos.
Imaginen, imaginen Pero como estamos en navidad, imaginen algo feliz. No me atrevo a poner ningún final porque la felicidad, como este cuento, es pura fantasía y cada cual fabrica la suya propia.
Fuente de la Información: Revista de la casa de Cádiar Yátor y Narila, edición nº 30. Cuento escrito por Isabel Olvera Ortega.
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